Intrusismo en la era de la posverdad

Por la Lic. Valeria Sol Groisman - Licenciada en comunicación, Periodista, Magister en Escritura Creativa.

 

 

“Uno nunca puede estar seguro de lo que debe hacer y jamás tendrá la certeza de que ha hecho lo correcto”. Zygmunt Bauman

 

La ciencia puede definirse de dos maneras aparentemente opuestas. Bien podríamos decir que es un cúmulo de certezas: algunas efímeras; otras imperecederas. Pero también sería lógico pensarla como incertidumbre. Porque incluso allí donde la evidencia permanece impoluta a través del tiempo existen territorios vírgenes de conocimiento.

Muy por el contrario, el ámbito de lo sagrado está fuertemente arraigado a la certeza, pero sin evidencia. Podemos creer en Dios aunque no lo hayamos visto con nuestros propios ojos. Así, la religión y las metarreligiones[1] operan en el campo de la confianza ciega y se basan en acuerdos tácitos. Cuando creemos, no exigimos pruebas.

Con la modernidad, el racionalismo destrona a la fe. Y con la llegada de la posmodernidad las cartas vuelven a barajarse y la fe vuelve a ocupar un lugar preponderante, aunque con características bien diferentes a las que precedieron a la época moderna.

Es difícil aseverar en qué momento histórico estamos: algunos autores siguen pensando en la posmodernidad como signo de la época contemporánea; sin embargo, la aceleración tecnológica de la que somos protagonistas a partir de la pandemia de Covid-19 podría llevarnos a pensar que ya estamos transitando una nueva era, aunque aún no la hayamos nombrado. Ya que en ciencias sociales la subjetividad es la única manera de aprehender la realidad, todo conocimiento es producido desde el lenguaje. Incluso la costumbre de dividir a la historia en épocas o periodos históricos no es más que otra forma de elaborar un relato que nos permita conocer nuestro pasado, pensar el presente e imaginar un futuro.

Tal vez, la respuesta a la incógnita de dónde nos encontramos justo en este momento sea la posverdad (pos, etimológicamente, del latín: detrás, después y verdad, que viene de veritas), ese clima de época en el que la experiencia, las emociones y la opinión pesan más que el dato duro, la evidencia científica, la voz del experto. No importa ya la verdad como relato universal que pueda abarcar la experiencia humana, importa MI verdad en tanto sujeto que imprimo sentido a partir de mi propia decodificación de la realidad que me rodea.

Si la posmodernidad se caracteriza por una crítica al racionalismo, la búsqueda de nuevas formas de expresión, la vigorización del “yo” en detrimento del “nosotros”, el posicionamiento del consumo como valor supremo, el fin de los relatos universales y la globalización; la posverdad, a la que podemos entender como la continuación de la posmodernidad o tal vez un producto de esta, se define por sobre todas las cosas como el abandono de la certeza. 



La posverdad

En 2016 el Diccionario Oxford elige como palabra del año a la posverdad y la define de la siguiente manera: “Las circunstancias en las que los hechos objetivos influencian menos a la opinión pública que las apelaciones a la emoción o las creencias personales”. Esta definición da cuenta de un fenómeno aparentemente natural. “Algo” predispone a las personas a creer más en lo anecdótico o lo emotivo que en lo evidenciable mediante el método científico. Un año después, la portada de la revista Time se pregunta: “¿Está muerta la verdad?” (Is Truth Dead?) en clara paráfrasis de la paradigmática frase de Nietzche “Dios ha muerto”. Y ese mismo año la Real Academia Española (RAE) incorpora el término y lo define así: “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. Si comparamos ambos enunciados se percibe fácilmente el cambio de sentido que se da en poco tiempo: la RAE se refiere a la intencionalidad del enunciador, así como da por sentado que existe manipulación con la intención de generar cierta influencia en la esfera pública, en el sentido que le otorga Habermas[2].

Así, la posverdad se establece como un fenómeno a escala global que abarca numerosos subfenómenos entre los que se destacan los siguientes:

- Fake news[3], deep fakes[4] y desinformación[5].

- Infoxicación[6].

- Fanatismo, negacionismo histórico y teorías conspirativas.

- Desconfianza respecto de los saberes formales y la voz de autoridad.

- Movimientos en contra de la ciencia y el progreso (anti-vacunas, pseudociencia, entre otros).

- Tecnodependencia.

- Trolls[7].

- Reinado de las redes sociales y el consiguiente surgimiento de nuevos líderes de opinión: los influencers[8]. Influyen sobre ideas y comportamientos sin necesidad de probar formación académica o trayectoria profesional, además de establecer agenda de temas en la sociedad. Muchas veces traspasan la virtualidad y se erigen como “pseudo” voces de autoridad legitimadas únicamente por la cantidad de seguidores en sus redes sociales.

- Tribus con “pseudorrealidades” propias.

- Corrección política y uso creciente del eufemismo como recurso hipócritamente inclusivo.

- Intrusismo profesional.


Fake news y desinformación

En inglés existen dos términos diferentes para hablar de desinformación. Por un lado está el concepto de misinformation, al que podríamos traducir como desinformación y atribuirle el sentido que le otorga Guadalupe Nogués a la posverdad a secas[9]. Se trata de información falsa, pero que la persona que la disemina considera verdadera, ya sea por ignorancia o por un error de interpretación. En la otra vereda se encuentra el término disinformation, que se refiere a la diseminación intencional de información falsa con contenido pseudoperiodístico con el objetivo de generar cierto clima de opinión pública. En este último caso, desde la mirada de Nogués, estaríamos hablando de “posverdad intencional”.

Esta diferenciación es importante cuando se trata de abordar la desinformación como problemática social contemporánea, ya que nos permite comprender la totalidad del universo de las llamadas fake news. Existe en la actualidad una tendencia nociva a declamar que toda información falsa que llega a los medios de comunicación o circula en redes sociales es fake news. Lo cierto es que, tal como venimos explicando, existen, por un lado, la mala intención de sembrar datos falsos o historias falsas: mentir conociendo la verdad. Pero también es posible que un periodista, por ejemplo, publique cierta información que, aunque haya sido corroborada por diversas fuentes confiables, luego cobre otro matiz debido a nueva evidencia que invalida la información original. En este caso no habría intencionalidad por parte del emisor. Un buen ejemplo podría ser la recomendación del uso de barbijo como forma de prevención del Covid-19. En un primer momento la Organización Mundial de la Salud (OMS) aseguró que no era necesario utilizar tapabocas en el ámbito público. El periodismo publicó esa información creyendo que la OMS estaba en lo cierto. Tiempo después, nueva evidencia arrojó la conclusión de que para evitar la propagación del virus las personas debían usarlo y los medios debieron comunicar este viraje.   

Es interesante notar que tanto políticos como personalidades del show business aprovechan esta simplificación del concepto de fake news para desmentir hechos o dichos que realmente ocurrieron, pero que una vez salidos a la luz pública se convierten en una eventual crisis de comunicación. En otras palabras, cada vez que los medios publican información poco conveniente ciertas personalidades públicas disfrazan a la realidad de fake news.

En este mundo infoxicado, donde se prevé que para 2022 la mitad de las noticias serán fake news[10], la mejor estrategia para dar batalla a la desinformación es trabajar en la recepción de los mensajes, es decir, consumir críticamente las imágenes y los discursos. Los fact checkers, organizaciones civiles que se dedican al chequeo de la información, son grandes aliados en esta tarea monumental e individual que implica corroborar la información que “ingerimos”, sobre todo antes de compartirla con otros. Tenemos que contener nuestro impulso innato, como animales virales que somos, de reenviar datos sin comprobar que sean reales. Y en el ámbito de la salud, sin estar seguros de que aquello que vamos a soltar en la esfera de lo público tenga evidencia científica que lo valide.

Si bien en muchos países la desinformación se ha convertido en un asunto de estado, es importante destacar que el hecho de que los gobiernos puedan ejercer control sobre los discursos representa un serio peligro para la democracia y la libertad de expresión. La hipervigilancia surge como un recurso sanitario que podría contribuir en la batalla contra un virus de características pandémicas como el Civid-19, pero también debería llevarnos a reflexionar acerca de hasta qué punto estamos dispuestos a ceder libertad a cambio de seguridad.

También vale recordar que información oficial no siempre es sinónimo de información veraz o confiable. Muchas fake news nacen en el seno de un gobierno.

Mucho se ha discutido también sobre la injerencia que deberían tener compañías como Facebook, Twitter, Instagram o Google en la censura o no de la información que se publica. Por un lado, están quienes argumentan que es necesario regular la circulación de imágenes y textos debido a situaciones como acoso, bullying, discriminación, violencia, antisemitismo o diseminación de noticias falsas. Por otro lado, están quienes creen que la libertad de expresión debería estar por encima de todo y que la esfera pública que se da en el ámbito de lo virtual debería autorregularse per se.    

A raíz de la declaración de pandemia por parte de la OMS, Google ha decidido, por ejemplo, “guiar” a los usuarios para que estos puedan encontrar información confiable y segura. La red social Tik Tok, muy utilizada entre los más jóvenes, se asoció también con la OMS para ofrecer información de primera mano cada vez que un usuario realiza una búsqueda relacionada con coronavirus.  

Podemos sospechar que una noticia es falsa:

- Cuando el medio en que aparece la noticia no es confiable.

- Si el titular es extremadamente alarmista o improbable, aunque verosímil. “Podría ser verdad…”

- Si no se consignan fuentes ni voces de autoridad.

- Cuando no tiene firma ni fecha.

- Si va acompañada de imágenes sensacionalistas.

- Si provoca miedo o indignación extremos. 

Existen algunas razones por las cuales una fake news es particularmente peligrosa si se aborda temas de salud. Veamos por qué:

- El mayor peligro del clima de infoxicación es que hay gente que acepta información sin cuestionar.

- Nuestra mente etiqueta como cierta toda información que no recordamos con exactitud, pero que nos suena. O sea que estamos creando falsos recuerdos por culpa de las fake news[11].

- Las redes sociales e Internet son fuentes de consulta para una parte importante de la sociedad.

- Cuando hablamos de salud estamos interviniendo en la gestión de lo público y también en la vida de las personas.

 


La verdad cuestionada

“Todos nos creemos las mentiras que nos consuelan más que la verdad”.  Dennis Lehane

Como se ha dicho anteriormente, en la posverdad lo que está en duda es la verdad misma. Tanto la mentira como su reverso poseen el mismo potencial de ser incluidos dentro del relato de lo que se considera la “realidad”. La libertad de expresión, tan necesaria para que vivamos en democracia, nos enmaraña en un dilema ético: ¿Se puede decir cualquier cosa, incluso si es mentira? ¿y qué pasa cuando esa mentira repercute en el ámbito público, ya sea durante una campaña política o una pandemia? Y vinculado con esto, existe legislación que protege a todas las personas para que puedan expresarse libremente sin censura previa ni posterior, pero ¿qué ocurre con los emisarios de fake news? ¿y qué tipo de protección legal amparan a aquellas personas que en nombre de la verdad luchan contra personajes legitimados por su público que diseminan falsedades?

El film Negación cuenta la historia de Déborah Lipstadt, una docente especializada en el estudio del Holocausto que se enfrenta en un juicio intelectualmente apasionante con un autodidacta que asegura que ese episodio aberrante de la historia nunca tuvo lugar. En el súmmum de la película Lipstadt arremete contra los negacionistas: “La tierra es redonda, John Lennon está muerto y el Holocausto existió. Hay hechos, hay opiniones y hay verdades”. Esta frase es central porque da cuenta de la diversidad de discursos que se disputan el campo de lo verosímil, aunque solo los hechos, es decir, aquello que ocurre a nuestro alrededor y podemos documentarlo, representa una verdad.

El investigador Paul Watzlawick[12] opina que creer que la propia visión de la realidad es la realidad misma es una peligrosa ilusión. Y lo que es más delicado aún es sentirse en la obligación de transmitir esa supuesta realidad al resto, de organizar el mundo de acuerdo con esa percepción subjetiva. Watzlawick se refiere a una “misión mesiánica” y la define como un crimen de pensamiento[13] (think crime) en el sentido que le da el escritor George Orwell.

Lo cierto es que ni la mentira ni la intención de diseminarla es algo nuevo. San Agustín de Hipona, filósofo cristiano (354-430 d.C.), ya comprendía la relevancia de este concepto y sus implicancias políticas: “No se miente cuando se dice una cosa falsa en la que se cree o de la que se tiene la opinión de que es verdadera. La creencia difiere, por lo demás, de la opinión. Quien cree siente a veces que ignora lo que constituye el objeto de su creencia, sin tener dudas de su verdad, de tan firme que es su fe. Quien se forma una opinión, piensa saber lo que ignora. Ahora bien, quien enuncia un hecho que le parece digno de creencia o al que su opinión tiene por verdadero, no miente aunque el hecho sea falso”.

Los dictadores del siglo XX, todos sin excepción, se apropiaron de la mentira como método para reescribir la historia a su propia conveniencia. “Una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad”, pronunció Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de la Alemania nazi. Más tarde, el enunciado se simplificó en la tan mencionada “miente, miente que algo quedará”.

Lo que se introduce como novedad en la era de la posverdad es la capacidad de viralización que tienen estas mentiras. Y, más que nada, una viralización sin espíritu crítico. Paralelamente, en un tiempo en el que las redes sociales son la principal fuente de información, todos vivimos en una burbuja, en una cámara de eco, tal como define a este sesgo de seguir solamente a quienes piensan igual que nosotros o confirman nuestros prejuicios. Si solo accedemos a aquellas noticias que reafirman nuestras creencias, empujados por una atención selectiva de los datos que circulan, entonces estaremos condenados a la ceguera.

Estamos anclados en nuestro propio filtro de la realidad: no somos permeables a otras miradas sobre la realidad. En un estudio reciente[14] el 53% no escucha a los que no están de acuerdo con ellos y el 52% no cambia nunca de opinión sobre temas sociales importantes. También se concluyó que somos cuatro veces más propensos a ignorar una información si es contraria a nuestras opiniones o creencias.

Otro trabajo arrojó una conclusión inquietante y sorprendente: la comunicación tiene menor capacidad de influencia de lo que pensamos. No es tan efectiva, no cambia la mente de las personas[15]. La información errónea que se acepta es aquella que confirma las creencias preexistentes de la audiencia.

Podríamos aseverar, entonces, que la fe es un asunto de conveniencia. Creemos en lo que creemos porque nos conviene. Corrobora nuestros prejuicios, nos permite seguir en una zona de confort o nos da sentido de pertenencia. 


Intrusismo: sin matrícula la salud está en riesgo

El delito de intrusismo laboral, que puede definirse como el ejercicio de una actividad profesional por parte de una persona sin matrícula profesional, tiene su origen en el siglo XIII, en el Derecho de Las Partidas de Alfonso X. El texto castigaba con el destierro a una isla remota o a la pena de muerte a los curanderos, boticarios o físicos que, aplicando métodos propios de médicos, provocaban la muerte de los pacientes.

Durante la epidemia de gripe (1918), el Boletín Oficial de la provincia de Burgos (España) advertía: “(…) seguir los consejos del Médico y desoír a los ignorantes que os invitan a beber alcohol o consumir tabaco como remedios preventivos por ser sus efectos en esta ocasión más nocivos que nunca”.

Tal como se ha sugerido a lo largo de este artículo fenómenos como la desinformación y el intrusismo no son novedosos en sí mismos; su novedad radica en su potencialidad de expandirse gracias a las redes sociales y la mundialización de la comunicación y, a la vez, potenciarse en el contexto social de la posverdad.

El intrusismo crece con las redes sociales como plataforma para “ejercer” profesiones sin título habilitante. La necesidad de resultados mágicos, particularmente característica en el universo de la nutrición, acelera esta expansión. Porque, tal como se ha explicado, la magia y la fe brindan, a priori, mayor certeza que la ciencia, que es un cúmulo de certezas muchas veces momentáneas.

En las redes sociales la cuantificación de seguidores legitima las voces de inexpertos disfrazados de “corderitos”. El saber profesional es reemplazado por contenido atractivo y de consumo inmediato. Los individuos actúan en manada y se envalentonan en acaloradas y a menudo violentas controversias donde la “verdad científica” es puesta en duda y en las cuales incluso involucran a profesionales con matrícula y vasta experiencia profesional. La conversación se desvía, en numerosos casos, hacia creencias irracionales, opiniones sin fundamento y sesgos que responden a cuestiones de supervivencia identitaria.    

Estas características del mundo virtual migran hacia la práctica profesional. Proliferan los consultores y/o entrenadores en nutrición (coaches) que ofrecen tratamientos, y no  existe entre todos los pacientes un espíritu crítico que les permita discernir y elegir entre un profesional matriculado y otro que no lo está. Esta situación, sumada a la marea de recomendaciones “gratuitas” de influencers en redes sociales, implica una caída en la demanda de profesionales de la salud dedicados al tratamiento de la obesidad y petologías asociadas. Pero no solo eso: también banaliza la profesión, la sobresimplifica y le resta credibilidad.

Los medios de comunicación también son actores responsables en esta “epidemia” de intrusismo. Resulta extraño que los profesionales que brindan notas a un medio deban certificar que poseen título presentando su matrícula y personas sin matrícula puedan hablar de temas vinculados con la salud sin necesidad de acreditar sus saberes. Justamente porque al hablar en los medios intervienen en la gestión de lo público, además de promover actitudes y comportamientos en los individuos y generar confusión respecto de asuntos de suma importancia como el cuidado de la salud.

Por último, además de responsabilizar a fenómenos como la desinformación y la posverdad, cabe preguntarse -hacer mea culpa también- por qué prevalece la pseudociencia en detrimento de la ciencia. ¿En qué nos hemos equivocado y qué podríamos hacer mejor? Seguramente tengamos los recursos para hacer introspección y encontrar la manera de recuperar la fe en la ciencia. Probablemente la pandemia de Covid-19 que transitamos sea un oportuno impulso en ese sentido.

Por eso, capacitarnos y replantearnos los supuestos de nuestra profesión son actitudes tan imprescindibles como comprometernos con estrategias como:

- No compartir contenido de influencers sin matrícula.

- Realizar campañas contra el intrusismo. Estas campañas deben hacer foco en los peligros de atenderse con pseudoprofesionales sin matrícula. También aclarar que “experiencia personal” no es sinónimo de “experiencia profesional”.

- Educar a los pacientes para que puedan detectar a profesionales no matriculados.

- Incluir “intrusismo” en las currículas de la universidad: cuanto más se conozca esta práctica ilegal, más fácil será denunciarla.

        - Crear observatorios de intrusismo que centralicen las denuncias o brinden asesoramiento legal.

En la era de la posverdad, cuando todas las voces tienen el mismo derecho a alzarse en busca de fieles creyentes, es nuestra responsabilidad velar por la salud de nuestros pacientes flameando la matrícula, ya no como prueba de verdad en el sentido más ontológico de la palabra, sino como defensa de la mejor evidencia científica disponible.

 


Referencias

1. En su libro Nostalgia del absoluto, el crítico literario George Steiner define a la metarreligión como un sistema de creencias alternativo, que puede tener o no fundamento científico, y que se caracteriza por una dependencia similar a la que genera la religión.

2. Cierto espacio de la vida social en el que la opinión pública puede conformarse. Parte de la opinión pública se construye cuando las personas se reúnen en público. La esfera pública surgió en diversas ubicaciones, incluidas tiendas y salones de belleza, ámbitos de la sociedad donde varias personas podían reunirse y discutir los asuntos que les preocupaban.

3. Noticias falsas.

4. Noticias falsas creadas con inteligencia artificial (IA).

5. Recordemos que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que en forma paralela al coronavirus existía una epidemia de desinformación: infodemia.

6. Este concepto se refiere a la intoxicación producida por la exposición constante a un flujo excesivo de información.

7. Cuentas falsas creadas con el fin de desinformar y crear cierto estado de opinión pública.

8. Parafraseando al filósofo Zygmunt Bauman y su concepto de modernidad líquida, me gusta hablar del fenómeno de los influencers como “estrellato líquido”. Es un salto a la fama producido sin sustento académico o profesional. Estas personas desarrollan vínculos débiles y superficiales con sus seguidores con el único fin de sumar adeptos y generar necesidades de consumo. Si no existieran las redes sociales, ¿a qué se dedicarían los influencers?

9. Nogués, Guadalupe. Pensar con otros. Una guía de supervivencia en tiempos de posverdad. Buenos Aires, El gato y la caja, 2019.

10. https://www.gartner.com/en/newsroom/press-releases/2017-10-03-gartner-reveals-top-predictions-for-it-organizations-and-users-in-2018-and-beyond

11. Disponible en: Polage, D.C. Making up History: False Memories of Fake News Stories, European Journal of Psychology, 2012, vol. 8 º2, pp. 245-250. Disponible en: http://ejop.psychopen.eu/article/viewfile/456/pdf.

12. Watzlawick, Paul. ¿Es real la realidad? Barcelona, Herder, 1979.

13. En su libro 1984, George Orwell se refiere a think crime o thought crime como aquellas ideas poco ortodoxas, es decir, ideas que van en contra de los dictados del Gran Hermano.

14. Fuente: https://www.edelman.com/research/2017-edelman-trust-barometer

15. How Gullible are We? A Review of the Evidence from Psychology and Social Science. Hugo Mercier.


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