¿Más vale malo conocido que bueno por conocer? El desafío de la neofobia alimentaria

Por la Dra. Mara Galmarini 
Investigadora Adjunta CONICET - Docente UCA.

Twitter: @MVGalmarini - Ig: @mara.comidologa

 

El mundo contemporáneo y su ritmo vertiginoso no hacen más que recordarnos que la única constante en la vida es el cambio. Y aunque los humanos tenemos una gran capacidad de adaptación, nuestras mentes no se llevan bien con este aspecto de la realidad. Nos gustan nuestras rutinas, hábitos y preferencias y nos dan seguridad las cosas previsibles. 

Esta dicotomía -más presente en algunas personas que en otras- puede generarnos desde un poco de adrenalina o leve inseguridad hasta miedos irracionales ligados al futuro y lo novedoso. Como ya imaginarán, nuestra relación con la comida no escapa a esta problemática. 

¿Es nuevo? ¡Qué miedo!

La neofobia alimentaria existe. Se trata del miedo o aversión irracional hacia el consumo de nuevos alimentos. Puede sonar a “mañas”, pero no. Nace como un mecanismo de supervivencia evolutiva en la infancia (y puede acompañarnos toda la vida) para evitar la ingesta de sustancias potencialmente nocivas (principalmente plantas desconocidas). Es verdad que esta defensa tenía más sentido cuando éramos recolectores en bosques y selvas. Hoy que la alimentación de los niños depende de adultos que ofrecen nutritivos vegetales, no nos está ayudando. Pero, a veces, la biología tiene razones que la razón no entiende. 

El primer contacto con un determinado alimento puede que no nos convenza y tendamos a evitarlo. Pero ¡atención! No es necesario llegar a degustar el alimento para rechazarlo. Claro, ahí ya sería tarde para esquivar una intoxicación. Entonces, en muchos casos la vista alcanza y sobra para rechazar un alimento. Esto explica el siguiente diálogo en el que tal vez nos hayamos visto envueltos como uno u otro personaje (cualquier semejanza con la experiencia personal no es coincidencia): 

- “No quiero comer esto, no me gusta”

- “¿Cómo sabés que no te gusta si no lo probaste?”

La respuesta que sigue podría ser algo así: “tengo un determinado grado de neofobia y desconfío de los alimentos que desconozco. La neofobia no es racional, está ligada a mi sensibilidad de percepción, mi personalidad y mi experiencia personal. ¡Ah! Y si asocio a este alimento desconocido a un recuerdo negativo de alguien gritándome para que lo pruebe, cuando sea adulto me seguirá costando probar cosas nuevas”. Podría ser algo así en un universo paralelo donde todos fuéramos eruditos, claro. 

Por eso es que es muy importante la manera en que presentamos los alimentos. Si son aceptados por la vista (y el olfato), serán degustados. Al menos una primera vez. Luego, cuántas más experiencias positivas acumulemos, más tendencia tendremos a aceptar alimentos de aspecto similar en el futuro. Cuando somo niños podemos necesitar hasta 15 experiencias positivas para perpetuar al alimento como exitoso. Cosa que no impide que con el paso del tiempo nuestro gusto cambie. Pero ahí ya entramos en terreno de preferencias, que queda lejos de las tierras de la neofobia. 



Redoblar la apuesta: neofobia a la tecnología alimentaria

Quien no se queda atrás en esto del cambio constante es la tecnología alimentaria. Por suerte. La transformación incluye mejoras en la forma de producción, procesamiento y preservación de los alimentos para poder abastecer a una población en crecimiento. 

Los beneficios que estas innovaciones traen en términos de seguridad alimentaria, calidad y sostenibilidad parecerían indudables. Sin embargo, cada novedad debe sortear un obstáculo de lo más complicado: la neofobia a la tecnología alimentaria. 

En este contexto, hacemos referencia al miedo irracional hacia la adopción de nuevos alimentos o tecnologías alimentarias, especialmente aquellas que involucran procesos de fabricación o ingredientes poco convencionales. Algunos ejemplos son la modificación genética de frutas y verduras, las carnes cultivadas o el uso de aditivos con “nombres raros” para el consumidor. 

Esta resistencia tiene origen en la falta de familiaridad con los métodos, la desconfianza en los ingredientes artificiales o la preocupación por los posibles efectos para la salud. Todas causas que parecerían poder resolverse con información de calidad, generada y comunicada por fuentes reconocidas. Básicamente, llevando al público las razones por las que estas tecnologías deciden ser utilizadas, alejando las teorías conspirativas.

Parece una tarea sencilla, pero no lo es.  Lamentablemente, muchas veces la evidencia científica se ve opacada por las emociones, los sesgos personales o por la falta de confianza en la fuente de información. 

Estudios científicos han demostrado que la neofobia a la tecnología alimentaria varía considerablemente entre países. Por ejemplo, en países nórdicos como Suecia y Dinamarca, donde la confianza en las autoridades reguladoras es alta, la neofobia es menor en comparación con países del sur de Europa. En Argentina, todavía no tenemos estudios científicos publicados para conocer el nivel de neofobia a la tecnología alimentaria de nuestra población. 

Una buena receta: paciencia, comunicación y empatía

 Para superar la neofobia a la tecnología alimentaria, la educación y la comunicación juegan un papel crucial. Comenzar con información precisa y accesible sobre los beneficios y riesgos asociados con la oferta alimentaria modernas. 

La educación siempre es la opción. Para desmitificar y alentar una comprensión más profunda para poder elegir. La participación de expertos no sesgados también puede favorecer la confianza pública y reducir la aprehensión.

La colaboración entre gobiernos, industria y organizaciones educativas es fundamental para evitar la información basada en intereses sectoriales. También es importante escuchar a la otra parte, fomentar el diálogo para comprender las preocupaciones y expectativas de la sociedad, buscando soluciones que beneficien a todos. Bueno, o al menos a la mayoría, que en definitiva buscamos comer lo que nos gusta y hace bien.

En última instancia, superar la neofobia a la tecnología alimentaria requiere un esfuerzo colectivo para construir un puente entre la ciencia y el público. Al mejorar la comprensión y la aceptación de las tecnologías alimentarias modernas, podemos abrir la puerta a un futuro donde los alimentos sean más seguros, nutritivos y sostenibles para todos. Y acá estamos, aportando nuestro granito de arena.


 

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